Vanessa Ramirez Restrepo

El poder invisible de las caricias: lo que necesitamos para crecer con amor.

“Es mejor criar niños fuertes que reparar adultos rotos.”
Esta frase, atribuida a Frederick Douglass, resume con fuerza lo que vamos a conversar hoy: las caricias, aunque muchas veces invisibles o subestimadas, son una forma de nutrición tan vital como la comida o el refugio.

Cuando hablamos de caricias no nos referimos únicamente al contacto físico, sino también a las miradas que sostienen, a las palabras que abrazan, a los gestos que cuidan, a las presencias que no huyen cuando hay dolor. Las caricias son, en realidad, un lenguaje emocional profundo que necesitamos desde que nacemos y que, si falta, deja huellas que no se ven… pero se sienten.

¿Qué entendemos por caricias? Un puente entre el cuerpo y el alma

El afecto puede manifestarse de muchas formas: con gestos, comportamientos, palabras o silencios cargados de presencia. Y dentro de ese universo amplio, las caricias ocupan un lugar muy especial. Son una de las expresiones más potentes y accesibles de amor que tenemos los seres humanos.

Claude Steiner, psicólogo francés y discípulo de Eric Berne, propuso hace décadas una teoría conocida como La economía de las caricias. En ella afirmaba que las caricias son una necesidad humana primaria, comparable al alimento. Y lo decía así: “Si no comes, vas a morir de hambre. Si no recibes caricias, puedes morir de depresión.”

Detrás de esta metáfora hay una verdad poderosa: sin afecto, sin reconocimiento, sin contacto humano sensible, el cuerpo sobrevive… pero el alma se va apagando. Por eso, hoy más que nunca, es urgente hablar de la necesidad de afecto como un pilar de salud emocional.

La importancia del contacto afectivo en la infancia

Durante los primeros años de vida, el cerebro humano necesita mucho más que leche y abrigo. Necesita estímulos afectivos, vínculos seguros y presencia emocional. Diversos estudios han demostrado la importancia del contacto afectivo en la infancia para el desarrollo saludable del sistema nervioso y del psiquismo.

De hecho, experimentos realizados en orfanatos del siglo XX mostraron que bebés que recibían cuidados físicos pero no afecto (ni caricias, ni contacto ocular, ni voz cálida) presentaban retrasos en su desarrollo, e incluso tasas altas de mortalidad. Triste, pero real.

La ausencia de las caricias en etapas tempranas puede traducirse más adelante en dificultades para confiar, para sostener la intimidad emocional, para reconocer los propios límites o necesidades. Y esto, claro, se arrastra en la adultez.

Carencias afectivas: heridas que el cuerpo no olvida

Muchas veces, quienes crecieron sin contacto afectivo suficiente no lo recuerdan como una falta. Dicen: “A mí no me faltó nada.” Pero cuando empezamos a explorar la historia, aparece la otra cara: padres fríos, ausentes emocionalmente, relaciones sin contacto físico, afecto condicionado a la obediencia o al buen comportamiento.

Estas carencias afectivas dejan marcas sutiles pero profundas. Inseguridad, miedo al rechazo, dificultad para relajarse en los vínculos, necesidad constante de aprobación… Todo esto puede ser efecto de una infancia sin suficiente calidez emocional.

Y no se trata de culpar a nadie. Se trata de mirar de frente esa historia y animarse a reescribirla. Entender que las caricias no son un lujo, ni una muestra de debilidad, ni algo reservado solo para niños pequeños o parejas. Son un derecho emocional. Y si no las tuvimos antes, podemos aprender a darlas (y recibirlas) ahora.

Reaprender el lenguaje del afecto

Uno de los pasos más transformadores en un proceso de sanación emocional es permitirnos reaprender el lenguaje del afecto. Recuperar el cuerpo como un espacio legítimo de conexión. Validar el deseo de recibir ternura. Reconocer que expresar amor no nos hace vulnerables, nos hace humanos.

No todas las caricias se dan con las manos. También se acaricia con la mirada, con una palabra que nombra sin juzgar, con un mensaje que llega en el momento justo, con un silencio que escucha. Todo eso forma parte de nuestras herramientas de vinculación afectiva, y podemos ampliarlas, actualizarlas y cultivarlas.

Porque crecer emocionalmente también es eso: reconocer lo que nos hizo falta, y construir nuevas formas de cuidarnos.

Crear vínculos seguros en la adultez

Si no tuvimos vínculos seguros en la infancia, podemos crearlos en la adultez. No es un proceso instantáneo, pero es posible. Y empieza por validar nuestras propias necesidades. Dejar de minimizar lo que sentimos. Pedir ternura sin vergüenza. Rodearnos de personas que sepan sostenernos sin exigencias, sin juegos de poder, sin indiferencia.

Tener vínculos seguros en la adultez no es una utopía. Es un derecho emocional que empieza por una decisión: dejar de repetir lo que nos dolió y empezar a construir lo que necesitamos.

No olvides que …

En tiempos donde la prisa, la hiperproductividad y la desconexión son moneda corriente, hablar de las caricias es un acto de resistencia. Rescatar su poder invisible es recordarnos que el afecto es revolucionario. Que lo humano no pasa por lo que hacemos, sino por cómo nos relacionamos. Que lo más simple —un gesto, una palabra, una presencia— puede tener un impacto profundo.

No subestimes tu capacidad de ofrecer calor emocional. Ni tu derecho a recibirlo. Porque las caricias no solo alivian: también transforman.

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